Entrevista a Marta Reus, gestora cultural: “Si la cultura no moviliza, no es cultura”

Marta Reus concibe la cultura como una práctica viva, colectiva y comprometida. Su trayectoria se ha movido entre la gestión cultural, el activismo y el cooperativismo, tres caminos que, según ella, confluyen en un mismo horizonte: poner la vida en el centro y hacer de la cultura un espacio de transformación social real. Actualmente, investiga sobre clase y cultura contemporánea. También trabaja en la Agencia Talaia, una agencia de comunicación transformadora y de periodismo responsable.

Hablamos con ella sobre hegemonías, precariedad, instituciones, pero sobre todo sobre resistencias. Sus reflexiones nos abren las puertas a otras formas de entender la cultura y a explorar caminos para la transformación social, tanto dentro como fuera de las instituciones.

La cultura que desmoviliza

Para Reus, la cultura dominante ha sido absorbida por el neoliberalismo desde mediados del siglo XX, cuando empieza a convertirse en producto. “Es una cultura que se transmite a través de medios masivos y que se diseña como bien de consumo, orientado a la acumulación de capital”, denuncia. En este contexto, las artes y las prácticas culturales se ven atrapadas en una lógica que margina el valor simbólico, político y comunitario de la cultura.

Siguiendo a pensadores como Mark Fisher o Remedios Zafra, advierte de un presente en el que la sobreestimulación, la precariedad y la falta de esperanza paralizan cualquier horizonte emancipador. “Nos han convencido de que la cultura es entretenimiento. Pero una cultura que no moviliza hacia la justicia social, que no defiende los derechos colectivos, no es cultura: es ocio”.

En los márgenes, hay vida

A pesar de este panorama adverso, Marta reivindica los márgenes como lugares de resistencia. Especialmente, aquellos donde la cultura se vive desde la acción colectiva y el compromiso. Espacios que desafían el orden establecido y que escapan (hasta donde pueden) de la lógica de la mercantilización.

“El cooperativismo y la economía social y solidaria son ejemplos de este otro modelo”, explica. “Espacios pequeños pero potentes, donde socializamos recursos y conocimientos, donde la organización comunitaria permite articular respuestas desde abajo. No son perfectos, pero son lugares de lucha real”.

Estas formas de hacer cultura no solo priorizan a las personas, sino que conectan con los territorios, con la memoria y con las identidades excluidas de los relatos oficiales.

Repensar las instituciones

¿Qué pasa, entonces, con los espacios institucionales? Reus es crítica con su rigidez y su burocratización. Como decía Valentín Roma: “A veces pensamos que estamos haciendo palanca desde dentro, pero es el sistema quien nos utiliza a nosotros para anestesiar el conflicto”.

Aun así, defiende la necesidad de repensarlos: “Hay quien no está dispuesto a renunciar. Necesitamos instituciones culturales fuertes, abiertas, gratuitas, que representen al pueblo y no solo a las élites. Espacios con condiciones laborales dignas, donde se crucen disciplinas y se pueda experimentar”.

Para Marta Reus, la clave pasa por una reidentificación colectiva: de la cultura y de la clase. Y eso solo puede suceder si el debate se desplaza hacia las calles, hacia los cuerpos, hacia los conflictos reales de la gente.

Una cultura para vivir, no para consumir

Cuando le preguntamos cómo le gustaría que fuesen los espacios culturales, lo tiene claro: “Abiertos, comunitarios, inclusivos. Espacios donde se cruce la tradición con la actualidad, donde la cultura sea una herramienta de transformación social, no de neutralización”.

Nuestra entrevistada habla desde la experiencia y la convicción de que hay otra manera de hacer cultura. Una cultura que no se compra, sino que se construye. Una cultura que no se delega, sino que se organiza colectivamente. Y tú, ¿qué opinas?